Candelaria, Bogota

Candelaria, Bogota

Thursday, March 5, 2009

“Sus documentos, por favor.”

Yo había estado dormida, por fin, gracias a Dios o a la magia, yo había encontrando una posición cómoda entre la ventana, Sebas y nuestras maletas, botellas de agua y minutas. Y yo estaba dormida soñando con los angelitos, cuando Sebas me interrumpió. Él me levantó de mi comodidad, descanso y sueño, diciéndome con urgencia, “Aaren, levántate amor, sácate tu cédula, que nos toca bajarnos del bus ya amor.”

A que le respondí con una voz llena de sueño sin abrir mis ojos, “¿Cómo amor, mi qué? ¿Cédula?” yo no sabía esta palabra y tampoco entendía por qué estábamos parados ni por qué Sebas tenía tanta prisa.

“Tu cédula Brooke, tus documentos, Aaren,” él me dijo, al tiempo recordaba que yo no soy de Bogotá y no estoy acostumbrada a las cosas que a él, son súper normales.

Abrí mis ojos para ver a Sebas poniéndose sus zapatos, totalmente listo para bajarnos del bus, “Bueno, Sebas,” le dije, buscando mi licencia de conducir y la fotocopia de mi pasaporte, “pero todavía no entiendo qué pasa Sebas. ¿Por qué nos toca bajarnos del bus?” Y en este momento, miré por la ventana y vi el lindo verde del campo lleno de soldados colombianos esperándonos en grupo al lado de la carretera.

La vista del ejército me dio prisa y también un poco de ansiedad—que nunca en mis 22 años en los Estados Unidos había visto a militares que no estaban en su base o por la televisión. Al mirar por el bus, noté que todos los colombianos con quienes estaba viajando estaban preparándose para bajarse tranquilos y que a nadie se preocupaba este proceso.

Cuando al fin descubrí mis documentos y estábamos saliendo del bus, podía absorber unos detalles llamativos de nuestro ambiente en este reten militar. De hecho, en vez de estar asustada, toda la gente estaba totalmente relajada, sin preocupaciones de que todos estábamos entregando nuestras cédulas de identidad a este brazo del gobierno. Y en vez de estar curiosa o sospechosa, la gente estaba relajada, descansando de estar encarcelada en un microbus que de un momento a otro cambiaba estaciones entre un invierno durísimo invierno y verano.

La gente estaba bajando las escaleras del bus y entregándoles a los soldados sus cedulas de identificación sin echarle ni una mirada al lado a la carpa verde. Debajo de la sombra de la carpa unos cuantos soldados estaban encorvados sobre una mesita en que había una computadora dedicada a la tarea de buscar nuestros nombres para averiguar si nuestra presencia y viaje por Colombia era legal

En vez de estar un poco asustada, como yo, todos estaban aprovechando lo lindo del día y los servicios de nuestro paro en camino. A la derecha de la carpa oficial del ejército, había dos puestos que competían para vendernos comidas, jugos y café.

El puesto a la derecha de los dos estaba vendiendo arepas llenas de queso a una gran fila de gente con hambre y ganas de comer algo caliente y fresco. Nos dimos cuenta del hambre que teníamos cuando fuimos hacia los puestos de comida. El puesto que escogimos era de madera y detrás de la barra vimos a los parientes del vendedor haciendo las arepas a mano en la sombra del techo. Además que comprar dos arepas, Sebas compró un jugo de mora y yo compré un agua sin gas y volvimos a esperar mientras el ejército nos estaba verificando los papeles.

Ya que me había dado cuenta que esa parada en nuestro viaje no era rara ni significaba nada malo, yo podía observar el ambiente. Noté que detrás de los dos puestos y la carpa de los soldados quedaba una casa muy vieja y que cuesta debajo de la colina había los jardines y campos de la familia del puesto y en la distancia podía ver las colinas ondulantes de la tierra colombiana y las montañas en el fondo.

Mi viaje visual por el paisaje fue interrumpido de nuevo cuando oí, “Señores pasajeros, vengan acá y escuchen sus nombres para su cédulas.” Un soldado estaba parado al frente de la puerta del bus llamando los nombres de cada cédula de la pila que tenía en frente. Estábamos entre los últimos llamados, un soldado me buscó y me dio mi licencia de conducir y la fotocopia de mi pasaporte directo a mi mano diciendo mi nombre en una voz muy suave probablemente porque es súper difícil de pronunciar en español.

Le dije, “Gracias Señor,” y subimos las escaleras para seguir nuestro viaje. Yo volví a mi asiento, mirando el campo y dándome cuenta que esta experiencia no era mala, ni peligrosa, solo una norma de otra cultura.

2 comments:

  1. Tú narración es intenso. Hay mucha anticipación porque no sabe lo que va a pasar. Es un poco cómico porque la situación es normal para la gente y es mieda para tí. Me gusta la conclusión porque describes cómo esta situación es normal y fue una experiencia de aprender de la cultura.

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  2. Me gusta tu narración porque es interesante y yo quería continuar leyendo para saber que iba a pasar. Pienso que yo tendría miedo si estuviera en esta situación porque no es algo que ocurre en nuestra cultura. Me gusta tu conclusión porque es una buen reflejo de tu experiencia. Veo en tu otra post que has estudiado en Buenos Aires. ¿Cómo es? Voy a estudiar aquí el otoño que viene.

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